sábado, 28 de junio de 2025

Más sobre corrupción: comentario a Tirado

He leído el artículo de Arantxa Tirado ( Llámalo corrupción, llámalo capitalismo ) y me ha sugerido una serie de reflexiones que quisiera compartir. 

Vaya por delante que estoy de acuerdo con la idea principal, el capitalismo es un sistema corrupto o la corrupción está en la base del funcionamiento del capital.

Estas reflexiones a veces son discrepancias y otras son desarrollos, pero por la posible utilidad social para los planteamientos políticos transformadores me decido a publicarlas.

Una primera cuestión es el cobro de comisiones y su valoración. En general, bajo la moral, la ética y la legalidad capitalistas, el cobro de comisiones por facilitar la comercialización de un producto, bien su venta bien su compra, es incuestionable.

Está en la naturaleza del capitalismo la obtención de beneficio (plusvalía) por una actividad económica. Cierto, que esa normalidad se suele asociar a la producción de bienes y servicios, y se empieza a cuestionar cuando de lo que se trata es de comercializar el bien o servicio. Pero, el desarrollo histórico del capitalismo y, sobre todo, la investigación del capital muestran que la expansión de la producción capitalista implica necesariamente el desarrollo del comercio capitalista. Vamos que no se trata de una ocurrencia casual, ni de una elección más o menos afortunada, sino de una necesidad, de un determinismo (por mal que les pese a los que prefieren negar el conocimiento científico de la realidad bajo diferentes formulaciones). Hasta el punto, de que no sólo el comercio de mercancías (realización del valor) sino de la propia expresión general del valor, o sea del dinero, es un requisito indispensable del desarrollo capitalista. Repito esta es la realidad constatable en cualquier país capitalista, y es también una de las conclusiones de las reproducciones intelectuales del concreto social que denominamos capital, caso de El Capital de Marx en sus tres libros donde dedica muchas páginas al capital comercial y al capital dinerario.

El problema viene cuando se realiza en una situación de necesidad social general, caso de la pandemia (cuando muchas personas se contagiaban y morían por falta de material sanitario) con el cobro de comisiones por la intermediación en la adquisición de mascarillas. Se suman otra serie de factores: el volumen de las comisiones que multiplicaban varias veces la valoración de las propias mascarillas, esto se justifica como un problema de oferta y demanda; aprovechar la relajación de los controles administrativos; hacerlo con familiares (el primo del alcalde de Madrid, el hermano de la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid, el asesor del ministro de Transportes) observándose cierto nepotismo o tráfico de influencias (negacion de la objetividad de la relación social capitalista frente a las relaciones personales que dominan en el precapitalismo).

Otra cosa es el debate sobre si lo que se hace en el ámbito privado es respetado y exaltado, pero si se hace en el público es condenado hasta el punto de la ilegalidad. Aquí juega un papel importante la administración de los recursos públicos.

Qué implica la corrupcion desde el punto económico; de donde sale la comisión que se apropia el comisionista. Si es publico (productor, presupuesto publico) o privado (productor, consumidor productivo o final).

Efectivamente el cobro de comisiones es normal en el capitalismo; lo hemos asumido como normal porque es la relación social general: la actividad económica es a través del capital; el capital conlleva beneficio (incrementar el dinero, el valor inicial).

Se cuestiona al comisionista porque aparentemente es un trabajo laxo, poco esfuerzo, poco duradero, y se lo trivializa (levantar un teléfono, mandar un Whatsapps o informar de un contacto), todo ello se cataloga de trafico de influencias, información privilegiada, para la teoria economica es informacion asimetrica, talento empresarial, ...

La coincidencia de personas cercanas a distintos partidos compartiendo negocios nos indica que las relaciones de clase unen más que las afinidades ideológicas.

Cuestiona la separacion de política y economía. Correcto. La política es una expresión, una forma, de la economía (contenido).

El debate de fondo sobre la corrupción lo sitúa en la economía, más que en la política. Las dinámicas económicas establecen reglas de juego y determinan lo que se hace en la política. La misma práctica es vista como corrupta porque es ilegal, pero en otras circunstancias donde es legal, no es vista como corrupta. Pone el contrasta del cobro de comisiones por la venta de mascarillas a organismos públicos con el cobro de comisiones por conseguir contratos de trabajo en una ETT (empresa de Trabajo temporal), o con la externalización y subcontratación. La legalidad hace al derecho. Otra superestructura, otra forma de la economía (contenido).

Añado: en la empresa privada el propietario contrata a quien quiere, muchas veces familiares o amigos, amparados en el ejercicio de su libertad de empresa y de mercado; es una práctica que está bien vista o no genera reprobación pública y no está condenada legalmente. Sin embargo, en el sector público hacer eso, por parte del gerente o responsable, está mal visto (enchufismo) y sería un delito.

La corrupción se relaciona con la legalidad, con el delito. Otra vez la superestructura. Si es legal no es corrupto, si es ilegal es corrupto. Por qué el criterio legal prevalece. El dominio del derecho.

El capital es una relación social en la que el obrero entrega (vende) su fuerza de trabajo, trabajando durante un periodo de tiempo (jornada) generando valor (valor añadido), a cambio de un salario.

Esta relación tiene una apariencia, una forma que existe y es objetiva (la más inmediata el contrato laboral), caracterizada por: la propiedad, la igualdad, la libertad y el interés propio (Marx dirá Bentham, la economía moderna lo llama egoísmo). 

Es una relación entre iguales porque ambos son propietarios (de mercancías).

Es una relación entre propietarios de dinero a valorizar de un lado y de fuerza de trabajo de otro.

Es una relación entre individuos libres porque ninguno está sujeto a relaciones de dependencia (esclavitud, servidumbre), el trabajador puede ofrecerse al capitalista que quiera mientras el capitalista puede contratar al trabajador que desee.

Es una relación entre voluntades que persiguen un fin propio, el capitalista persigue aumentar su capital (beneficio) mientras el obrero persigue un salario.

Pero, tras la forma, está el contenido de la relación de capital, que es la explotación de la persona asalariada, conseguir que durante su trabajo genere más valor del que cuesta, producir plusvalor. Y esto es el ser del capital, su naturaleza, su esencia. Mientras que la forma (propiedad, igualdad, libertad, interés propio) responde a cómo se expresa este ser; cuestión que es más modificable, adaptable, moldeable, sujeta a una mayor o menor evolución o transformación dentro del ser, del capital.

Esto plantea cuestiones interesantes: los distintos modos en que la forma expresa el contenido; cambio de forma versus cambio de contenido; la contradicción entre forma y contenido, por ejemplo, de suma utilidad política. Pero, aquí nos vamos centrar en otra cuestión que me tiene enganchado porque la detecto con frecuencia en los planteamientos de izquierda.

Se dice, por ejemplo, que la relación de capital es injusta porque el obrero no es libre. Se reprocha a la relación capitalista que no es una relación entre iguales. Dice Tirado, el capitalismo es corrupto porque presenta como libres cuando una de las partes no es libre.

“el capitalismo es un sistema corrupto porque presenta como libres relaciones sociales de poder donde una de las partes no tiene posibilidad de ser auténticamente libre ni de elegir a dónde va el producto de su trabajo, que es apropiado por una minoría de parásitos, que no son llamados corruptos porque lo hacen de manera absolutamente legal.”

Se refiere al obrero, al que no considera libre. Supongo que se refiere a que el obrero está obligado a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Pero, eso mismo podríamos decir del capitalista, está obligado a comprar fuerza de trabajo a riesgo de no producir plusvalor y con ello no obtener beneficio que es la base de su reproducción material. Con lo cual ninguno sería libre. Tal como yo veo el asunto: esa es la libertad capitalista, y en relación al obrero esa es la libertad que el capitalismo depara a la clase obrera. Cuando decimos que esa libertad no es real, no es plena, es insuficiente o no es libertad, lo que estamos es comparándola con otra supuesta libertad, bajo otras condiciones, que existe en nuestras cabezas (libertad ideal o idealizada). Así, comparamos la libertad capitalista del obrero con la libertad ideal. Me pregunto, si el avance de la conciencia dialéctica pasa por ahí. Me temo que no. Además, y más importante, si esa es nuestra crítica a la relación de capital, hemos de ser conscientes que nos hemos quedado en el aspecto de la forma, mientras el contenido permanece.

jueves, 26 de junio de 2025

La corrupción capitalista, la CEP y el socialismo


El ruido mediático en torno a los casos García, Cerdán o Ábalos no nos deja escuchar el mensaje que el capitalismo español nos hace llegar.


Ciertamente, tampoco ayuda la ofensiva (partidista, mediática, policial, judicial) clasista, en el sentido de lucha de clases, que supone el asedio al presidente (caso Begoña, David, Fiscal General) como punto “débil” del gobierno de progreso. Aunque no se trata de una novedad, pues el anterior gobierno, también de progreso, fue objeto de hostigamiento (las veintitantas causas judiciales a Podemos finalmente archivadas que ocuparon portadas y tertulias televisivas, las quedadas en el casoplón del coletas, el chuletón de Garzón, la ley del solo sí es sí, zancadillas al ingreso vital o a la ley de vivienda, o el robo del móvil de Iglesias, entre otros). Pero, en aquellos momentos Pedro Sánchez recomendaba a Pablo Iglesias mejorar sus relaciones con los jueces, al punto de ofrecerse a presentarle alguno. Por lo visto, no tomó su propia medicina.


En cualquier caso, los actuales casos de corrupción -decía- no nos dejan ver lo importante. Y no lo digo solo porque ensombrezcan la amenaza nuclear, la guerra, el genocidio o la política de rearme, sino porque se oculta algo tan estructural como lo anterior: el significado que tiene la corrupción en la sociedad capitalista.


En mi opinión, la corrupción es parte integrante del normal funcionamiento del capitalismo; no digo que sea parte de su contenido, pero sí de la forma en que se realiza tal contenido. Sin ir más lejos, la corrupción es una manera más, que acompaña a la competencia, en que se lleva a cabo la ley absoluta de la producción capitalista, el amontonamiento de valor (dinero) a través de la explotación del trabajo asalariado. Más aún, en las sociedades en las que la mercancía es la relación social objetivada con alcance general, todo se compra y se vende -aun sin ser mercancía- incluso la moral o el honor, nos dirá Márx. En algunos sectores productivos, los pactos empresariales de reparto de la obra pública nos plantearían si la corrupción no es un mecanismo concreto en que se lleva a cabo la propia ley del valor. A modo de ilustración: la corrupción ha acompañado a otros paridos gobernantes como el PP (Naseiro, Hormaechea, Gurtel, Caja B, Kitchen,…), también al propio PSOE de otras épocas (Rumasa, Filesa, Roldan, Guerra, GAL, entre otros), no solo a gobierno de la democracia también de la dictadura (enriquecimiento de la familia Franco y de otras grandes fortunas al calor de las decisiones gubernamentales, presencia en consejos de administración de las grandes empresas por ex-ministros franquistas, caso Matesa, entre otros). Con estos datos pretender que la corrupción no es una característica del desarrollo histórico capitalista español es negarse a ver lo evidente.


Sin embargo, la corrupción capitalista, es presentada unas veces como un fenómeno casual como si de un fenómeno atmosférico desconocido se tratase; anecdótico o un aspecto particular de individuos concretos, tal que manzanas podridas, con dudosa moralidad que se relaciona con determinados ambientes familiares, o tipos de educaciones recibidas, cuando no causadas por algún gen (todavía por descubrir). En otras ocasiones se la circunscribe abstractamente a la naturaleza humana (avaricia, afán de enriquecimiento). Para terminar con este elenco no exhaustivo de justificaciones de la corrupción, tenemos la clase política, las instituciones o las estructuras estatales, como máxima concesión a una comprensión científica de este fenómeno.


A la luz de esta cuestión, uno se pregunta por qué a pesar del carácter sistémico de la corrupción en el capitalismo, en particular la del español, ésta es presentada al margen del contexto social, particularmente al margen del capital, tan onmipresente en la vida social. 


No acierto a saber cuánto hay de intención y cuanto de incapacidad, pero unas veces los medios de comunicación y otras la propia ciencia burguesa, y con ellos todo el aparato jurídico y legal, se niegan a descubrir el contenido de la corrupción deteniéndose en su apariencia. Así nos muestran los detalles más escabrosos desvelando las miserias de la condición humana hasta sus minucias más denigrantes, una y otra vez, uno y otro día, hasta que la evanescencia mediática tenga a bien cambiar la agenda. Un ejemplo es la teoría de la agencia (autor y año), según la cual los burócratas (funcionarios) y políticos tienen objetivos particulares (enriquecimiento personal, financiación partidaria) que anteponen al bienestar general, objetivo del principal (Estado), y aprovechan cualquier ocasión para alcanzarlos; una de ellas es darles ilegalmente contratos públicos a empresas (maximizadoras de beneficios), que no se sabe cómo pasaban por allí, a cambio de comisiones ilegales (mordidas) que luego se reparten entre la red de corruptos (intermediarios, facilitadores, y otras personificaciones de la apropiación del valor).

Algunos marxistas, o teóricos críticos, avanzan y señalan como las empresas estudian, diseñan, invierten, colocan a personas en organismos públicos (puertas giratorias), para hacerse con dichos contratos. Esto le da más realismo a las teorías apologéticas. Pero, no se trata de empresas moralmente corruptas, son empresas que han de corromperse para sobrevivir en el mundo competitivo que el capital depara a las unidades donde se lleva a cabo el trabajo privado e independiente.


Este detenerse en la apariencia, junto a la naturalización de las relaciones sociales capitalistas, características de las interpretaciones burguesas, y a veces de teorías que se presentan como críticas, terminan por, consciente o inconscientemente, desviar el punto de mira del fenómeno de la corrupción resaltando lo casual, anecdótico, individual, personal, moral o estatal, obviando, dando de lado, lo empresarial y lo social. Llegado un punto, dejan de preguntarse por la causa que hay tras ellos. Porque de hacerlo terminarían topándose con la relación social general que organiza la vida de la sociedad actual, el capital.


Todas estas modalidades de eximir al capital en cuanto relación social, a su fin absoluto (valorización del valor), a sus formas políticas (estado, gobierno, presupuestos, partidos, burócrastas, políticos), a sus formas ideológicas (moral, avaricia, leyes, laxitud presupuestaria, culpabilizar a políticos y funcionarios) a sus formas económicas (empresas, competencia, beneficio) y desplazar las responsabilidades al ámbito de la política (la denominada clase política, o al estado);algo muy de moda entre liberales. Se trata de otra forma de olvidar la relación entre la superestructura y la base económica. Así, entre ignorancia y la hipocresía, la ideología dominante pretende sortear la responsabilidad social en el fenómeno de la corrupción capitalista. 


La Crítica de la Economía Política (CEP) nos recuerda lo contrario, y en mi opinión recomienda cuestiones que el pensamiento transformador debería tener en cuenta. En primer lugar, que ningún fenómeno social actual, tampoco la corrupción, escapa a la influencia del capital, pues éste es la relación social general que organiza la vida de las personas en el capitalismo. La corrupción es parte del normal funcionamiento capitalista, constituyendo una forma de la lucha de clases, que es el modo necesario en que el capital se desarrolla. Además, la CEP señala las limitaciones de los demás “explicaciones” poniendo al descubierto, más allá de su desconexión con la verdad, su carácter hipócrita y apologético. Con ello se avanza en la generalización, y preservación, de una necesaria conciencia dialéctica. Esto significa, para cada caso concreto de corrupción armar la lucha de clases mediante: determinar las causas (capital, estado, políticos, moralidad, personas), atribuir las responsabilidades (sociedad, empresas, educación, familia, corruptores y corruptos) y diseñar medidas preventivas (familia, educación, leyes, reglas presupuestarias, mecanismos de control). Todo ello a sabiendas que no acabaremos con la corrupción capitalista, pero se la dificultará (reparar multiplicadamente el desfalco) obligando al capital a ser más eficiente y desarrollar las fuerzas productivas. Condición ésta necesaria para la definitiva generalización de la conciencia dialéctica, aún incipiente, que desemboque en la superación del capitalismo, o sea en el socialismo.


domingo, 15 de junio de 2025

La OPA del BBVA sobre el Sabadell: lucha de clases, estado y capital


La oferta pública de adquisición (OPA) del BBVA sobre el Banco Sabadell, más allá de abrir una discusión sobre el sector bancario español y europeo, es una expresión de la centralización del capital que tiene a la lucha de clases y la acción del estado como formas concretas de realizarse. Visto así, con las herramientas de que dota la Crítica de la Economía Política, entonces nos podemos plantear si este movimiento empresarial nos acerca o nos aleja del socialismo.


La banca es un sector estratégico bajo sospecha. En tanto gestor (depositario y canalizador) de la forma general del valor —el dinero— y específicamente del capital dinerario es un sector imprescindible en la economía. 


Sin embargo, su imagen en la opinión pública, tras la crisis y el rescate bancarios, ha sido objeto de críticas: cierres masivos de oficinas, digitalización forzada, exclusión financiera de mayores y rurales, destrucción de empleo, comisiones desproporcionadas, contratos poco transparentes o sueldos astronómicos en la alta dirección, entre otras cuestiones.


Algunas cifras ilustran la importancia del sistema bancario español: gestiona en torno a 2 billones de euros en depósitos y créditos, frente a un PIB de 1,5 billones; representa un 5 % del valor añadido bruto (VAB) nacional, algo por encima de la media europea, aunque emplea solo al 1 % de la fuerza laboral (frente al 1,3 % en Europa), lo que refleja su alta productividad.


Esto sería un buen argumento para los que defienden que el sector bancario español no necesita más concentración ni más eficiencia. Pero, eso niega la naturaleza del capital, caracterizado por la búsqueda incesante del plusvalor.


Así que, el 30 de abril de 2024, el BBVA propuso una fusión amistosa al Sabadell. Ofrecía una acción propia por cada 4,83 acciones del banco catalán, y tres puestos en el nuevo consejo. El 6 de mayo, el Sabadell rechazó la oferta por considerarla insuficiente. Poco después, el BBVA lanzó una OPA hostil (sin acuerdo entre las partes), acudiendo directamente a los accionistas (propietarios).


Desde entonces, se ha desencadenado un pulso de más de un año (mucho tiempo): en julio, BBVA logró respaldo accionarial y el Sabadell anunció beneficios récord; en septiembre, el BCE no vio riesgos de solvencia; en noviembre, la Comisión Europea dio luz verde invocando eficiencia y escala; en enero de 2025, el Sabadell anunció el retorno de su sede a Cataluña; en abril, la CNMC avaló la operación con condiciones; en mayo, el Gobierno abrió un proceso de consulta pública; en junio, anunció su aceptación condicionada. Aunque todavía no es formal esta posición (exigencias europeas, debilidad gubernamental, acuerdos con catalanes, vete tu a saber).


Esta cronología nos muestra la acción estatal (europea y española) y las escaramuzas entre capitalistas que acompaña a esta operación de compraventa de una empresa que, a pesar de no contar con el acuerdo de las partes, la ley tiene previsto un procedimiento donde intervienen elementos mercantiles y administrativos para que la situación se resuelva de la manera más ordenada posible sin que termine en una “guerra”. Destaco esta cuestión, más allá de apuntar a la misión pacificadora del estado capitalista, para exponer que el libre mercado, la libertad de negocio o de empresa, etc. que algunos enarbolan frente a un abstracto intervencionismo estatal es esto: una “libertad” apoyada, sustentada, en la acción administrativa y estatal. Frente a la falsa oposición que suele plantearse entre capital (o mercado) y estado, la realidad es la complementariedad del capital y el estado, y esta OPA nos lo vuelve a poner de frente.


Pero, la lucha de clases, política e ideológica, se expresa aun más claramente en las posiciones que los diferentes actores políticos adoptan en torno a este asunto. Y es que la OPA ha activado un tablero de posiciones contrapuestas. El Gobierno comenzó con un rechazo frontal, pero ha evolucionado hacia una aceptación condicionada en seis puntos (remedies): empleo, red de oficinas, crédito a pymes y autónomos, comisiones, compromisos territoriales (Cataluña, Valencia y Murcia) y seguimiento por parte del Ejecutivo y supervisores. Todo con un plazo temporal de 1,5 a 3 años.


Los sindicatos (CCOO y UGT) han sido tajantes en su rechazo: denuncian una posible pérdida de entre 7.000 y 10.000 empleos, cierre de más de 500 oficinas, concentración de mercado y debilitamiento del tejido productivo regional. El interés de la clase obrera no sólo consiste en las condiciones inmediatas de la plantilla del Sabadell: englobándolas va más allá.


Por su parte, Sumar, Podemos y sectores del PSOE han expresado reservas similares, centradas en la cohesión territorial y el empleo. En vez de plantearse un cambio en el modelo bancario donde el control estatal sirviera para exigir responsabilidad social a la banca privada (hipotecas asumibles a la clase obrera, por ejemplo), incluso insistir en el desarrollo de una potente banca pública, se enredan en posiciones (oligopolio, competencia, territorialismos) que dificultarían el avance hacia un modo de producción superador del capitalismo.


La burguesía catalana (Foment, Cercle d’Economia y otras entidades) también rechaza la OPA, aunque desde la defensa del “capital catalán” y su peso institucional. Paradójicamente, estos sectores liberales invocan ahora el interés general y la cohesión social demandando la intervención gubernamental para frenar una operación de mercado. 


Los partidos catalanistas (ERC, Junts, AC) igualmente insisten en la cohesión territorial y social. Pero, uno ha de plantearse: si la cohesión social y territorial, y la defensa de los consumidores bancarios, pasan por preservar un capital menos eficiente como el Banco Sabadell, significa que allí donde no hay este banco, lésase el 80 por ciento del territorio español, no gozan de dichas cohesiones. Entonces, no sería más adecuado regular que dichas cohesiones sean garantizadas en la totalidad del sistema bancario para la totalidad del territorio nacional, y dejar de privilegiar a un sector territorialmente determinado, que además está al albur de que un capital privado decida o no instalarse en dicho territorio.


En la derecha estatal (PP y Vox) predomina la inmediatez del desgaste al gobierno: critican la “intervención” gubernamental, pero evitan pronunciarse sobre el fondo de la cuestión; así dejan su valentía para los menas, mujeres violentadas o lgtb’s.


Mientras, las instituciones europeas respaldan la operación como parte de una estrategia de consolidación que permita a los bancos europeos competir globalmente. Y no les falta razón: entre los diez bancos más grandes hay 4 de USA, 4 de China, 1 de RU y 1 de Australia; hay que esperar a los puestos del 15 al 20 para que aparezca algún europeo (y entre estos los españoles). Otra cosa es saber si la debilidad del sistema bancario europeo en el mercado mundial es causa o consecuencia del lugar del capital europeo en este mercado, cuestión que no abordaremos aquí. Además, y pensando en una venidera reestructuración europea del sector, mejor le iría a la banca española si esta bien concentrada (pocos y grandes).


Más allá de los discursos sobre libre competencia, cohesión territorial o social, la compraventa del Sabadell por el BBVA nos muestra dos cuestiones que, en mi opinión, es un olvido lamentable entre los defensores de la transformación radical de la sociedad. Por un lado, esta relación económica (compraventa de empresa) adopta la forma jurídica de opa, cuya regulación da lugar a un desarrollo del derecho mercantil privado y, en la medida que este tipo de operaciones afecta a diversos capitales, cada uno con sus intereses particulares en ejercicio (lucha de clases), da lugar a un ordenamiento mercantil-público y administrativo, que está garantizado a nivel estatal con el objetivo de que la compraventa se realice por su valor; cuestión ésta que, además de velar por la pax empresarial, es una condición del desarrollo fluido del capital total de la sociedad. La personificación de este capital total no es la clase capitalista, demasiado ensimismada en sus particulares intereses, y todavía tampoco es la clase obrera; su personificación es el estado en sus distintos niveles territoriales (Unión Europea, España o Cataluña). Todo esto es la superestructura en la que se desenvuelve la lucha de clases (ideológica y política) que acompaña, porque es la forma en que se realiza, a la operación de compraventa empresarial (base sobre la que se erige esta superestructura, o sea su contenido). Por otro lado, la compraventa empresarial es la forma concreta que adopta la centralización del capital, una tendencia absoluta del modo de producción capitalista que Marx descubrió y denominó ley general de la acumulación capitalista. Tendencia ésta que es la palanca principal de la superación del capitalismo, pues expresa cómo el propio desarrollo del capital lleva a que todo el capital quede en pocas, poquísimas -cuantas menos mejor- manos. Si se plantease la oportunidad de una transformación social profunda, avanzar hacia una gestión pública de sectores clave como la banca, sería más sencillo con un mapa financiero menos fragmentado. No, pero es mejor seguir apelando a la abstracta libre competencia y a la fragmentación de las fuerzas productivas.