lunes, 29 de diciembre de 2025

Capital, ciencia y libertad: lógica e ideología


En la sociedad capitalista, la ciencia está atravesada por una contradicción que no puede enfrentar sino recurriendo a la mediación de la lógica, adquiriendo un carácter ideológico. Aunque parezca un tema lejano, aspectos del mismo están presentes en fenómenos como la Inteligencia Artificial y su regulación, el abordaje político del cambio climático, la normalización de las mentiras públicas o el uso de la libertad por la derecha y la extrema derecha, por no hablar de la necesidad de reformular la izquierda.

La contradicción de la ciencia en el capitalismo

El científico, personificación del conocimiento objetivo, es un productor de mercancías. Su conciencia y voluntad libres se aplican a la producción de la ciencia que ha de vender para subsistir. Este trabajo, que es una acción consciente y voluntaria, por su carácter privado e independiente, se le presenta como abstractamente libre, aunque esa libertad solo sea la forma de su conciencia enajenada en el producto de su trabajo. 

Sin embargo, la función social que el capitalismo asigna a la ciencia es muy otra: avanzar en el conocimiento objetivo de la realidad y transformarla (aplicación del desarrollo tecnológico) para incrementar el plusvalor, mediante el aumento de la productividad social.

Aquí aparece la contradicción: el científico, encargado de reconocer la necesidad objetiva del mundo, se siente privado de toda necesidad, es decir, se ve como un sujeto libre.

Desgajar el conocer del ser

Esta contradicción, cuyo origen no es un accidente ni un problema moral sino la forma social (mercantil), no puede resolverse en la práctica inmediata. La ciencia, bajo el capital, no puede renunciar ni a su función objetiva (plusvalor relativo) ni a la forma social del trabajo científico y su producto (mercancía que presupone libertad). Por eso, la enfrenta de un modo específico: separando radicalmente la realidad de su conocimiento.

La filosofía moderna ofrece el andamiaje conceptual para esta operación. En el plano ontológico, se ocupa de cómo es el mundo. En el plano gnoseológico se encarga de cómo se conoce la realidad. Y, en el plano epistemológico, proporciona al conocimiento reglas de validez y métodos, donde la lógica aporta la necesidad constructiva (previo vaciamiento de la necesidad real).

De este modo, el mundo puede ser concebido como contingente (casual), carente de necesidad, mientras que el conocimiento de la realidad se dota de necesidad (causal), considerándose determinista. La necesidad no estaría en la realidad misma, sino en la forma en que la pensamos. La contradicción no se resuelve, pero se desplaza al plano epistemológico (fundamento y método científico), donde explota (caso de la paradoja de Russell entre otras).

Sustituir la necesidad real por la lógica

A través de la lógica se proporciona una necesidad constructiva (en otro momento nos detendremos en este aspecto), en este caso, al pensamiento sobre la realidad, consiguiendo así una representación ordenada que permite “comprender” y operar sobre esta realidad que, en sí misma, se concibe indeterminada.

Un ejemplo de esto es la teoría utilitarista del consumidor que lo concibe como un maximizador de utilidad sujeto a una restricción presupuestaria. Se supone que no podemos conocer el comportamiento sin comprometer su libertad, pero el modelo nos permite “comprender” el azaroso consumo. La libertad del consumidor queda preservada, mientras la necesidad aparece como una propiedad del razonamiento, no de la realidad social.

El mercado de valores o bolsa ofrece otro ejemplo: del que no se conocen todas las relaciones causales, pero se emplea una compleja formalización que permite operar en él. El ámbito de la meteorología, de la geología, incluso el análisis electoral, se han prestado al uso de teorías de catástrofes, modelos de estabilidad o cálculos estocásticos.

El caso de la concepción lógico-analítica

Esta concepción aparece con claridad en aquellas corrientes que tienden a concebir la realidad como carente de necesidad, mientras puede ser pensada de manera determinista. Basta con elaborar un modelo, una construcción mental que imprima necesidad a los elementos observados. Ante un mundo azaroso, la libertad del científico se expresa en la capacidad de construir modelos que permitan comprenderlo e intervenir en él.

Este es el caso de la tradición lógico-analítica (Carnap, Círculo de Viena, Quine, Russell, etc), en la que el mundo puede carecer de necesidad ontológica, mientras que la necesidad se introduce en el plano del lenguaje y la lógica. Así se compatibilizan la conciencia práctica del científico, que se vive como libre, con su conciencia objetiva, que debe reconocer regularidades. El conocimiento objetivo, de este modo, avanza sin cuestionar la relación social (capital) y mucho menos su expresión, la libertad.

La lógica cumple aquí una función decisiva: permite avanzar en el conocimiento objetivo a la vez que protege la conciencia abstractamente libre del científico. Así, se naturaliza la libertad, y lo que deriva: la mercancía, el dinero, el capital. Aquí emerge su carácter ideológico que, en la medida en que se defiende como lo mejor, se torna apologético.

Escindir la sociedad de la naturaleza: la teoría social

Una variante de este fenómeno aparece en aquellas concepciones que fragmentan la realidad en, pongamos, dos ámbitos: uno natural, regido por la necesidad, y otro social, donde gobierna el azar o la indeterminación. En el plano del conocimiento, el mundo natural puede ser conocido, porque la necesidad está en el propio objeto y el conocimiento puede captarla sin mediaciones. Mientras que el mundo social solo admite aproximaciones y regularidades débiles, impuestas por modelos que introducen exteriormente la necesidad constructiva. La libertad, que pertenece a la región social de la “realidad”, queda preservada y, con ella, la imagen del individuo abstractamete libre.

De este modo, el científico puede enfrentarse a un mundo lleno de determinaciones sin que eso afecte su autopercepción como sujeto libre. La libertad queda resguardada gracias a una partición ontológica del mundo y a la operación lógica de aplicar una necesidad constructiva en lo epistemológico.

La dialéctica y su carácter transformador

El planteamiento dialéctico rompe con todas estas separaciones (ser y pensar, sujeto y objeto, individuo y sociedad, sociedad y naturaleza,...). No concibe una exterioridad absoluta entre el mundo y el conocimiento objetivo del mismo. La dialéctica, en cuanto método de conocimiento, no impone una necesidad al concreto que aborda, solo reproduce en el pensamiento el movimiento de la forma concreta.

En la Crítica de la Economía Política se muestra que la libertad moderna no es la negación de la necesidad, sino su forma específica bajo determinadas relaciones sociales (mercancía). La libertad, lejos de ser el atributo natural del individuo, es la forma que adopta su enajenación. La enajenación es la conciencia que emana de una específica e histórica organización de la producción social. La mercancía es una forma concreta en que la sociedad media su metabolismo con la naturaleza. Y el trabajo es la forma humana de apropiarse la naturaleza con el fin de reproducirse. Individuo, sociedad y naturaleza quedan así vinculados de manera indisoluble e inmanente.

El reto de la ciencia moderna no es perfeccionar sus esquemas lógicos, sino comenzar a abandonarlos progresivamente para abrir espacio al desarrollo de la dialéctica aplicada al conocimiento de la realidad. Una dialéctica crítica y revolucionaria, como señalara Marx, que resulta un horror para la burguesía. Porque, en su comprensión positiva de lo existente, lo concibe en movimiento y, por tanto, transitorio y perecedero (El Capital).

Post-factum: aplicacion ideológica

La derecha hegemoniza, porque la ciencia basada en la lógica la habilita, el marco de la libertad (formal). La izquierda puede intervenir en el debate, pero reformulándolo mediante la dialéctica. Libertad material y social, vinculada a la satisfacción de la necesidad real, denunciando que el discurso de la libertad formal, sin garantías para ejercerla, conduce a una mayor explotación de la clase obrera. 

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